sábado, 31 de agosto de 2013

La verdad, no sé muy bien cómo empezar este blog. Todo ha sido demasiado rápido. Cuando cogí el tren a Madrid estaba asustada, irse diez meses a Canadá no es ninguna tontería. Entré llorando y la azafata me preguntó qué me pasaba. A medida que pasaba el viaje, me iba poniendo nerviosa y el miedo y la angustia se convirtieron en un dolor de barriga igual que el que tienes antes de subir a una montaña rusa. Durante la estancia en Madrid, tuve un sentimiento de inestabilidad y vacío: no eres consciente de la situación y te preguntas qué estás haciendo, qué va a pasar... Pero con el vuelo París-Toronto cambió todo. Fue increíble, el avión era algo de otro mundo. Podías ver películas, series... Y hasta tenías una manta y una almohada esperándote en tu asiento. Aunque el momento clave es la llegada a América. Cuando monté el típico school bus amarillo fue como empezar un sueño. Todo era enorme, a lo grande. No parábamos de mirar a todas partes sin dejar de sorprendernos. Por si fuera poco, conocí a gente maravillosa. Y era solo el principio...